Dice un anuncio de la tele que el tomate de Andalucía no está bueno, sino que está de lujo. Y lo dice con ese acento tan característico del sur de España que le añade un cierto regusto. El mismo que se instaló el pasado 29 de junio cuando Fernando Torres logró el gol que daba a España su segunda Eurocopa --la 'primera' de casi todo un país--.
Y no fue importante por el hecho en sí porque a fin de cuentas hay un campeón cada cuatro años, sino por cómo se produjo. España instaló un estilo clarísimo e indiscutible de fútbol. Lo elevó a bella arte y no necesitó consenso alguno porque lo que hicieron los de Aragonés ante Rusia fue un auténtico ejercicio de amor para aquellos que amamos el fútbol.
Una España que despejó todo tipo de complejos, críticas y dudas, y que se configura como el futuro de los campeonatos mundiales y continentales a partir de este año. Una España que no dio pie al debate, que derrotó el antifútbol de la anterior campeona y que demostró, de una vez por todas, que somos cuna del fútbol cuando de Iniesta, Silva o Xavi se habla...