Antonio nunca suele saludarme cuando nos cedemos el paso antes de subir al ascensor. Incluso se rumorea en mi corrala que tiene algo de especial. Sin embargo, mi vecino Antonio es, desde el pasado domingo, un hombre nuevo. Un tipo sin igual que ha cambiado el gesto de su cara y que lo ha cambiado por culpa de Fernando Torres.
España es campeona de Europa. Justa y necesaria, cual eslogan de domingo, diría yo. Una campeona que necesitaba enjugar su espíritu a través de un título (después de 44 años), pero que también ha hecho un favor al mundo del balón. Tras el panorama de Grecia en 2004, España devuelve al Viejo Continente, un campeón con letras mayúsculas, del que puede estar bien orgulloso.
Un orgullo capaz de poner en pie a un país para celebrar un título histórico. Un título que correspondía a España hace mucho tiempo. Tanto tiempo desde que nuestra Liga es la de las estrellas, y desde que Xavi levantara el Mundial en Nigeria en 1999, o incluso desde que Kiko, Abelardo, Nadal o Alfonso lograran el oro en una Barcelona vestida de Juegos Olímpicos.
Un equipo que ha sido tal, pero que ha contado con la figura de David Silva como una de las más determinantes, sobre todo en partidos como el de Suecia. El de Arguineguín –ciudad natal de Juan Carlos Valerón—no sólo ha sido capaz de canalizar el balón a la zona ancha viniendo desde banda, sino que ha sido un verdadero pulmón en esa parcela. Su llegada a portería y su gol ante Rusia han servido para que este joven de 21 años haya sido el mejor –o vital cuanto menos—en el bando colorao.
Una selección que ha enseñado a media España cómo celebrar una Eurocopa, porque la otra media que vio el gol de Marcelino tiene más de 50 años; una selección que ha permitido que nuestros ojos hayan visto en directo un título europeo, una selección que tiene un verdadero culpable: Luis Aragonés. El mismo que provocó que mi vecino Antonio cambiase el rumbo de su día a día, para dedicarse a saludar a sus vecinos. ¡Viva España!
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